La biblioteca de la mansión Delacroix se había convertido en el refugio predilecto de Clara durante las tardes lluviosas. Aquel día, mientras las gotas golpeaban rítmicamente los ventanales, ella se encontraba sentada en uno de los sillones de cuero, con Sophia acurrucada a su lado. La pequeña dibujaba con esmero en un cuaderno que Clara le había regalado, mientras ella leía en voz alta pasajes de "Orgullo y Prejuicio".
—"Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa" —recitó Clara, observando de reojo cómo la niña sonreía sin apartar la mirada de su dibujo.
Pero su mente no estaba en las palabras de Jane Austen. Llevaba dos días desde el baile, dos días viviendo con el terror de que el señor Blackwood revelara su identidad. Cada ruido en el pasillo la sobresaltaba, cada visita inesperada la llenaba de pánico.
Sophia, en su silencio habitual, había desarrollado otras formas de comunicación. Sus ojos azules expresaban más