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El silencio después de la revelación de Edward era tan denso que Clara podía sentirlo aplastando sus pulmones.

Adrian. Su Adrian. El hombre que había declarado amarla. El hombre por quien había arriesgado todo.

Era un parricida.

—No —Clara susurró, retrocediendo del borde del pozo—. No, no puede ser verdad.

Pero la expresión en el rostro de Adrian lo decía todo. No había negación. No había protesta. Solo resignación cansada de alguien cuyas mentiras finalmente habían colapsado.

—Clara... —Adrian extendió su mano hacia ella.

—¡No me toques! —ella gritó, apartándose violentamente—. ¡No te atrevas a tocarme!

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