La mansión Delacroix resplandecía como nunca aquella noche. Cientos de velas iluminaban el gran salón de baile, transformándolo en un espejismo dorado donde los cristales de las arañas multiplicaban la luz hasta crear la ilusión de un cielo estrellado. El Baile de Invierno era, sin duda, el evento más esperado de la temporada, y la aristocracia de toda la región había acudido ataviada con sus mejores galas.
Clara contemplaba el espectáculo desde un rincón discreto, sintiendo que su sencillo vestido azul noche —el más elegante que había podido permitirse con su salario de institutriz— la delataba como una intrusa en aquel mundo de sedas y diamantes. Aunque Lord Adrian había insistido en que asistiera como invitada y no como empleada, ella sabía perfectamente cuál era su lugar.
—Quieta, Sophia. Aún no he terminado con tu cabello —susurró Clara, ajustando una pequeña horquilla con perlas en el elaborado peinado de la niña.
La pequeña Sophia, vestida con un delicado traje color marfil, pe