Era una mañana tranquila en el taller de Luca, el sonido del martillo contra el metal llenaba el aire. Luca trabajaba en el motor de un viejo coche mientras Matteo jugaba en el patio con sus juguetes. Bianca estaba en la galería, preparando una nueva exposición. La vida parecía estar en un equilibrio perfecto.
Entonces, un coche desconocido se detuvo frente al taller. Luca levantó la vista, limpiándose las manos con un trapo, mientras observaba a un hombre que bajaba del vehículo. Lo reconoció de inmediato. Era Alessandro, un antiguo aliado de su vida pasada. El tiempo había pasado, pero los años no habían borrado los recuerdos de sus días juntos en un mundo que Luca prefería olvidar.
Alessandro, vestido con ropa sencilla pero elegante,
Era una tarde soleada cuando el coche de los padres de Bianca se detuvo frente a la nueva casa en las colinas. Bianca, con Matteo en brazos, salió a recibirlos. Aunque las relaciones con sus padres habían mejorado desde la reconciliación, esta era la primera vez que visitaban el hogar que ella y Luca habían construido juntos.—¡Mamá! ¡Papá! —dijo Bianca con una sonrisa nerviosa mientras ellos bajaban del coche.—Es hermosa la casa, Bianca —comentó su madre, admirando el entorno.Su padre, sin embargo, parecía más reservado. Aunque había dado su bendición tiempo atrás, aún guardaba cierta cautela hacia Luca.
El verano había llegado al pequeño pueblo, trayendo consigo días largos y cálidos. Una tarde, mientras Bianca regaba las flores en el jardín, vio un camión de mudanza detenerse frente a la casa vecina, que había estado deshabitada por años. Una pareja bajó del vehículo, seguidos por una niña de rizos oscuros y una gran sonrisa.—¡Mamá, papá! ¡Miren! —gritó Matteo desde el columpio, señalando a la recién llegada.Bianca sonrió y, tomando de la mano a Matteo, se acercó para saludar.—¡Hola! Soy Bianca, y este es Matteo. Vivimos aquí al lado.La mujer,
El sonido del viento acariciando las colinas del pequeño pueblo acompañaba a Bianca mientras caminaba hacia la galería, sosteniendo en sus manos una taza de té de hierbas. Se sentía diferente, aunque no podía definir exactamente cómo. Había notado ciertos cambios en su cuerpo en los últimos días, pero asumió que era el cansancio del trabajo y la vida cotidiana con un Matteo cada vez más activo.Sin embargo, esa tarde, después de un leve mareo, decidió visitar a la doctora del pueblo. La consulta fue breve, y el resultado la dejó atónita.—Bianca, estás embarazada.El corazón de Bianca se detuvo por un instante antes de acelerarse. La noticia
El amanecer llegó teñido de un gris profundo, con el cielo cubierto de nubes que anunciaban una tormenta inminente. El aire estaba pesado, y el silencio en el pueblo parecía anticipar lo que estaba por venir. Bianca observaba el horizonte desde la ventana de la cocina, con una sensación de inquietud que no podía ignorar. Luca entró desde el taller, sacudiéndose el polvo de las manos.—Va a llover fuerte esta noche —dijo, mirando por la ventana junto a ella—. Debemos asegurarnos de que todo esté seguro en la casa.Bianca asintió, pero no podía evitar pensar en sus vecinos, especialmente en los ancianos que vivían más cerca del río y en la nueva familia que apenas se estaba instalando en el pueblo.
La brisa de la mañana entraba suavemente por la ventana de la habitación, meciendo las cortinas. Bianca descansaba en la cama, acariciándose el vientre con una mezcla de calma y anticipación. Faltaban pocos días para que Aurora llegara al mundo, pero algo en el aire esa mañana le dijo que no tendría que esperar mucho más.—¿Cómo te sientes? —preguntó Luca, entrando con una taza de té en la mano.—Tranquila... pero creo que hoy será el día —respondió Bianca, con una leve sonrisa.Luca dejó la taza sobre la mesita de noche y se inclinó para besarla en la frente. Su mirada estaba llena de ternura y algo de nerviosismo, una mezcla que
El sol comenzaba a asomarse sobre las colinas cuando Aurora, con poco más de un año, empezó su rutina matutina. Su risa llenaba la casa mientras gateaba de un lado a otro, explorando cada rincón con curiosidad infinita. Matteo, ahora un niño de cuatro años lleno de energía, corría tras ella como un pequeño protector, asegurándose de que su hermana no se metiera en problemas.Bianca los observaba desde la cocina mientras preparaba el desayuno. La escena le sacó una sonrisa: sus hijos eran tan diferentes y, a la vez, complementaban perfectamente el hogar que habían construido. Sin embargo, equilibrar el tiempo entre un bebé y un niño pequeño no siempre era sencillo.—¡Mamá, Aurora está intentando co
El sol despuntaba sobre las colinas del pequeño pueblo, iluminando la mañana que marcaría el comienzo de una nueva etapa para la familia. Matteo, de cinco años, se vestía con entusiasmo mientras Bianca le ayudaba a abrocharse los botones de su camisa. Luca, de pie junto a la puerta, miraba la escena con una mezcla de orgullo y nostalgia.—¿Estás listo para tu primer día? —preguntó Bianca, acomodando su mochila.—¡Sí! —respondió Matteo, aunque su voz delataba una ligera mezcla de emoción y nerviosismo—. ¿Crees que me haré amigos rápido?—Eres increíble, Matteo. Estoy segura de que todos querrán ser tus amigos &mda
La música flotaba en el aire, un vals elegante que llenaba el gran salón iluminado por candelabros de cristal. Las paredes del palacio estaban decoradas con frescos del Renacimiento, y los invitados se movían como piezas en un tablero de ajedrez perfectamente orquestado. Hombres con trajes de diseñador discutían negocios en voz baja, mientras las mujeres lucían vestidos largos que parecían flotar con cada paso. Entre ellos estaba Bianca Mancini, el reflejo de la perfección que todos esperaban de una hija de la alta sociedad romana.A sus veintisiete años, Bianca lo tenía todo: belleza, dinero, conexiones sociales. Su cabello castaño, recogido en un moño elegante, dejaba al descubierto unos ojos verde esmeralda que siempre parecían mirar más allá de lo evidente. Pero esta noche, como tantas otras, el peso de su mundo perfecto la aplastaba.—Bianca, querida, ven a conocer al hijo del embajador francés —dijo su madre, tomándola del brazo con una sonrisa calculada. Bianca suspiró. Sabía l