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El sonido del teléfono rompió el silencio del despacho. Gerald levantó la vista de los documentos, cansado, con las mangas arremangadas y el ceño levemente fruncido. Había pasado semanas sin noticias relevantes, pero esa llamada, a las once de la noche, no podía ser casual. Tomó el móvil y respondió con voz baja, controlada, pero cargada de una tensión que solo él entendía.

—¿Detective Smith?

—Señor Moguer —contestó la voz grave del otro lado— Lamento llamarlo a esta hora, pero encontré lo que me pidió. Es sobre Hernan Castillo.

El corazón de Gerald se detuvo por un segundo. Su respiración se hizo pesada, pero fingió calma. Se recostó en el sillón, sosteniendo el teléfono con firmeza.

—Habla.

Hubo un silencio corto, lleno de peso. El detective respiró hondo antes de continuar.

—Encontramos su rastro hace una semana. Estuvo recluido en la prisión durante más de un mes. Ingresó acusado de robo, era conocido con un sobrenombre por los reclusos, no sabíamos si era el que nos ordeno pero a
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