Caroline se tumbó en la cama, pero no podía dormir. El colchón parecía un campo de espinas bajo su piel sudorosa, y cada sombra en la habitación se volvía un eco de su propia ansiedad. Su cuerpo estaba exhausto, pero la mente se negaba a descansar. Entre la furia y el miedo de las últimas semanas, un recuerdo irrumpió con fuerza, de aquella noche a los dieciséis, en la que todo cambió sin que ella pudiera detenerlo.
Era una fiesta de verano, inocente en apariencia. Risas fáciles, música alta, el perfume de los árboles mezclado con el humo de los cigarrillos. Sus amigos, los mismos que luego fingirían no recordar, la rodeaban, joviales, despreocupados. Alguien le ofreció un vaso, uno más entre tantos. No dudó. No podía dudar: confiaba. Era ingenua. No supo hasta mucho después que aquella bebida llevaba algo más que alcohol. El calor subió a su piel en segundos, como brasas que se extendían por su sangre. La risa se volvió demasiado ligera, los colores demasiado brillantes, los sonidos demasiado intensos. Todo se distorsionaba. Y de pronto, sintió que su cuerpo no le pertenecía, que una fuerza invisible movía sus pasos, sus gestos, sus reacciones. Entonces lo vio a él. Un chico desconocido y, a la vez, vagamente familiar. Tal vez un rostro de la infancia, olvidado entre patios de escuela. Sus ojos también brillaban con un descontrol extraño; la respiración entrecortada lo delataba. A él también lo habían atrapado. Ese día era su cumpleaños, diecisiete años recién cumplidos. El “estudioso” del grupo, el que nunca se atrevía a nada, el que no había dado siquiera un beso. Y allí estaba, empujado por la misma trampa. Sus "amigos" habían decidido “iniciarlo”, sin su consentimiento, sin que él lo deseara. No hubo violencia abierta, ni crueldad consciente, pero sí un destino torcido, dos adolescentes despojados de voluntad, lanzados a una euforia que los dominaba. Las manos de él no fueron ásperas, pero sí ajenas, torpes, inseguras. El calor de su cuerpo despertó en Caroline sensaciones que no entendía, un vértigo que se mezclaba con ternura confusa y con una vergüenza que nunca desaparecería. Había palabras balbuceadas, una fragancia desconocida en su piel, caricias que le robaron algo sin que ella pudiera nombrarlo. Entre risas ahogadas y la música estridente, perdieron la inocencia. Después, todo se volvió fragmentos dispersos, luces estallando en ráfagas, voces que no lograba identificar, un sabor extraño y amargo en la boca. Y al amanecer, la claridad brutal, el dolor de cabeza punzante, la confusión, la certeza de que algo se había roto para siempre. Nadie le preguntó. Nadie quiso escuchar. Y Caroline nunca encontró palabras para explicar lo inexplicable. ¿Había sido víctima? ¿Había sido cómplice? ¿Había disfrutado en contra de su voluntad? La contradicción se convirtió en una cadena invisible que la ató durante años, una cicatriz que nunca se veía, pero que lastimaba en cada recuerdo. Ahora, seis años después, esa memoria volvía con un filo más agudo, encendida por cada humillación que Leonardo le lanzaba como dardos. Ya no era solo un recuerdo, era un recordatorio de que el control sobre su vida le había sido arrebatado desde entonces. Pero esa noche de desvelo, al evocarlo, Caroline percibió algo distinto. El velo de la vergüenza comenzaba a resquebrajarse. En su lugar, surgía una fuerza más antigua y más feroz, la rabia. Apretó la sábana entre los dedos, con tal fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Respiró hondo, sus ojos fijos en el techo oscuro. No permitiría que esa historia, ni ninguna otra, definiera quién era. Se levantó en silencio, caminó descalza hasta el tocador y abrió el cajón secreto donde guardaba un pequeño cuaderno de t***s negras. El roce del cuero le dio un extraño consuelo. Tomó la pluma y, con la mano firme pese al temblor interior, escribió una sola frase: “Mi vida vuelve a ser mía.” Luego cerró el cuaderno, lo escondió otra vez bajo las telas y apagó la lámpara. La habitación quedó en penumbras, pero dentro de ella había una chispa nueva. Con ese gesto mínimo, Caroline comprendió que el cambio ya había comenzado.