Cap. 100. Dueña de su vida - Final
El camino de montaña estaba iluminado por la luz suave de la tarde. Caroline, Mariano y la pequeña Rocío llegaban al pueblo donde, años atrás, se habían conocido bajo nombres prestados, ocultando heridas y secretos. Volver allí no era nostalgia, era justicia, cerrar el círculo en el lugar donde todo comenzó.
La iglesia era pequeña, blanca, con campanas que parecían cantar con el viento; tendrían la boda religiosa, que por las circunstancias en que todo se desarrolló no pudieron tener.
Apenas unas flores silvestres adornaban los bancos. Todo era sencillo, casi humilde, pero perfecto. No había prensa, ni murmullos, ni sombras del pasado. Solo amigos cercanos, la familia elegida, y el murmullo de un pueblo que los recordaba como aquellos dos jóvenes que alguna vez se habían mirado con miedo y deseo.
Caroline entró del brazo de Rocío, que llevaba un cestito con pétalos que iba dejando en el camino. La niña, entre risas y tropiezos, volteaba a mirar a su padre como esperando su aproba