El auto avanzaba silenciosamente por las calles desiertas de Crestview, su interior iluminado de forma tenue por las luces de la ciudad que se filtraban a través de las ventanas. Ivan mantenía la mirada fija en la carretera, sus manos firmes en el volante. A su lado, Katerina tamborileaba los dedos contra su rodilla, un gesto inquieto que delataba su creciente frustración.
—¡Esa estúpida mujer! —espetó de pronto, rompiendo el silencio con un tono cargado de amargura—. ¿Puedes creerlo? Esa camarera de quinta, con su pose de santa, queriendo actuar muy noble y justa. ¡Ridícula! No entiendo qué le ve Alexander. Qué tiene de interesante para que siquiera le preste atención.
»Alexander pierde tiempo invaluable en un juego tonto, pretendiendo ser algo que no es.
Ivan no respondió. Sus ojos seguían fijos en la carretera, y su expresión permanecía impasible, como si las palabras de Katerina no hubieran sido más que ruido de fondo. Lo que solo pareció enfurecerla más.
—¡Vamos, Ivan! ¡Di algo!