El murmullo de la fiesta seguía resonando tras los ventanales. Emilia permanecía inmóvil en la terraza, con la mirada perdida en el jardín iluminado. La brisa veraniega era fresca, pero no alcanzaba a disipar el fuego que sentía bajo la piel. La escena con Katerina aún vibraba en su mente, como un tambor lejano que no dejaba de golpear.
No había satisfacción en su pecho, ni orgullo por haber puesto en su lugar a la rubia. Lo único que sentía era un cansancio hondo, como si cada palabra intercambiada hubiese arrancado un fragmento de su energía. En el fondo, sentía algo de pena por la mujer. ¿Quién en su sano juicio amaría a un hombre como el señor Sidorov?
Apretó los dedos contra la baranda, aferrándose a ese frío metálico como si pudiera estabilizar su propio centro. La noche aún no terminaba y no sabía que otras pru