—¿Interrumpo algo?
La voz de Alexander llenó el espacio, grave y burlona. Sus ojos oscuros y calculadores observaron a la pareja. Se detuvo a contemplar a con fría posesividad, haciendo que a esta se le erizara la piel.
Miguel se giró apenas lo escuchó. No había asegurado la puerta, y en ese momento Alexander se recortaba en el umbral contra la luz tenue del pasillo, vestido de negro, las manos en los bolsillos, dueño absoluto del espacio, exudando un aura de autoridad y amenaza.
Retrocedió instintivamente, separándose un poco de Emilia. Sus hombros se tensaron a medida que el señor Sidorov avanzaba con pasos lentos en dirección a ambos. Miguel respetaba a Alexander, como jefe y como individuo. Trabajando para él, había escuchado historias, no solo rumores, sino testimonios de cómo fueron salvados debido a la intervención oportuna de él.
Sin embargo, esos hechos no solo atestiguaban su lado bueno, también eran prueba de su lado cruel y oscuro.
Miguel se enfrentó a Alexander haciendo a