La Residencia Moretti estaba sumida en un silencio solemne cuando Dante y Montserrat se adentraron en el amplio salón principal. La mujer caminaba con calma, pero su expresión denotaba una profunda tristeza que no podía ocultar.
Dante la observó con detenimiento. La conocía desde hacía muchos años, sabía que cuando bajaba la guardia de esa manera, era porque algo realmente la afectaba.
Se detuvieron cerca de los ventanales, donde la luz de la tarde caía con suavidad.
—¿Vas a decirme por qué viniste sin avisar? —preguntó Dante con voz firme, pero sin dureza.
Montserrat suspiró, abrazándose a sí misma como si intentara encontrar consuelo.
—Lo siento, Dante… no quería incomodarte, pero necesitaba verte.
Dante cruzó los brazos, expectante.
—¿Por qué?
Ella desvió la mirada, como si le costara encontrar las palabras.
—Extraño mucho a mi hermana —confesó con la voz entrecortada—. Algunas noches me despierto sintiendo que todavía está aquí… pero cuando vuelvo a la realidad, me doy cuenta de q