La noche avanzaba, y en la Residencia, el silencio estaba impregnado de una paz que Alicia no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Dante había permanecido a su lado durante que ella estuvo observando el gran jardín desde el ventanal en silencio, como una sombra protectora, como una presencia cálida que poco a poco derribaba cada una de sus defensas.
Cuando finalmente entraron en la habitación principal, el ambiente parecía cargado de algo distinto. No había prisas, ni palabras innecesarias. Solo miradas. Miradas largas, profundas, que lo decían todo.
Dante se acercó a ella con una lentitud reverente, como si temiera romper la delicadeza del momento. Levantó una mano para apartarle un mechón de cabello del rostro, y luego acarició su mejilla con la yema de los dedos, un roce tan suave que le erizó la piel.
Alicia cerró los ojos, abandonándose al contacto, permitiendo que sus miedos se diluyeran en la calidez de aquella caricia.
No hubo palabras explícitas entre ellos. Solo gestos,