La mañana siguiente amaneció radiante, como si incluso el clima supiera que algo bueno estaba gestándose.
Alicia eligió un vestido sencillo pero elegante, de un color claro que resaltaba la suavidad de su piel, y dejó su cabello suelto, permitiendo que cayera en ondas naturales sobre sus hombros.
Dante ya estaba esperandola en el vehículo, habían compartido el desayuno para posteriormente durigirse a sus respectivas Empresas. Cuando Dante abrió la puerta para ella sus labios se curvaron en una sonrisa leve, casi posesiva, y sin decir nada más, le tendió el brazo.
Alicia, sonriendo para sí misma, aceptó aquel gesto caballeroso.
La ciudad de Milán bullía de vida mientras cruzaban las calles en el auto de Dante, pero dentro del vehículo reinaba un silencio cómodo, salpicado de miradas cómplices y sonrisas veladas.
Había entre ellos una electricidad sutil, un entendimiento silencioso que hacía que no fueran necesarias muchas palabras.
— Vendre a buscarte para ir a almorzar — Expuso Dante.