La villa estaba ubicada en algún punto perdido del mapa, alejada de todo ruido y de todo pasado. Un refugio forzado, cuidadosamente elegido por Dante Moretti después de darse por enterado acerca del destino. Las ventanas daban al mar, y el viento arrastraba el sonido de las olas como una canción melancólica que no traía consuelo alguno.
Alicia estaba recostada en una de las habitaciones, aún débil, pero sin permitir que nadie se le acercara. Cuando abrió los ojos esa mañana, no preguntó dónde estaba. Sabía que todo lo que importaba había quedado atrás: su nombre, su familia, su libertad, incluso su dignidad. No quería mirar a nadie. Mucho menos a él.
Dante entró en la habitación sin tocar la puerta, como si aún tuviera derecho. Como si el mundo no se hubiese quebrado en sus manos.
—Tienes que comer algo —dijo con frialdad, observándola desde el umbral.
Ella lo miró, y por primera vez después de 24 horas ya que Alicia seguía recibiendo medicamentos, sus ojos se llenaron de rabia. Se se