Los días en Roma pasaron con una calma casi irreal en realidad se habían quedado por tres dias más. Cada mañana, Alicia despertaba en aquella habitación en los brazos de Dante. El canto lejano de los gorriones romanos, la luz filtrándose por los ventanales, y el aroma del café que Dante mandaba a preparar, eran parte de una rutina que había nacido sin esfuerzo, pero que poco a poco les pertenecía.
Dante no hablaba mucho, pero su presencia lo decía todo. Caminaba junto a ella por las calles empedradas como si cuidara cada paso que daba. No era posesivo, ni tampoco indiferente, simplemente... estaba. Y Alicia, sin notarlo, se acostumbró a esa cercanía.
Pero los días no eran eternos, y Roma era solo un paréntesis.
Ya de vuelta en la ciudad de Milán, la fecha de la boda se acercaba. Y con ella, todo lo que habían intentado ignorar empezaba a susurrar de nuevo. Alicia no hablaba mucho del tema, pero cuando recibió la colección privada de una de las casas de moda más exclusivas de Italia, e