ELLA NECESITA SANAR

La carretera estaba vacía a esa hora de la noche. El viento helado soplaba con fuerza, pero Alicia Michelle apenas lo sentía, era como si su cuerpo después de tanto dolor en pocas horas haya creado un caparazón de protección.

Estaba sentada en el borde del asfalto, con las rodillas dobladas y los brazos abrazando su cuerpo.

Las lágrimas seguían cayendo sin control. Todo se sentía irreal.

Todo se sentía como una pesadilla de la que no podía despertar, como una cruz cargando con todo el peso del dolor marcada por la traición.

El sonido de un motor acercándose la sacó de su trance.

Un auto negro de lujo se detuvo a pocos metros de ella.

Alicia no levantó la cabeza, pero supo quién era en el momento en que vio los zapatos de cuero negro detenerse frente a ella.

—Alicia.

La voz de Alessandro Morgan era profunda, autoritaria, pero llena de preocupación.

A su lado, Aaron bajó del auto con rapidez.

—¡¿Qué demonios estás haciendo aquí?! —preguntó su hermano con voz dura, acercándose con pasos rápidos—. ¿Por qué estás sola en la carretera a esta hora?

Alicia no respondió.

Ni siquiera levantó la cabeza.

Aaron apretó los dientes, furioso por verla en ese estado.

—¡Respóndeme, Alicia! ¿Qué pasó?

Pero entonces, su padre se arrodilló frente a ella.

Alicia levantó la mirada y vio los ojos de Alessandro.

Ojos que la habían protegido toda su vida.

Ojos que nunca la habían visto tan rota.

No pudo soportarlo.

Soltó un sollozo desgarrador y se lanzó a los brazos de su padre, como cuando era pequeña.

—Papá… —susurró con la voz temblorosa.

Alessandro la sostuvo con fuerza, abrazándola contra su pecho.

—Aquí estoy, mi pequeña. Aquí estoy.

Alicia se aferró a él como si fuera su único ancla en el mundo.

—Papá, duele… —su voz se quebró—. Duele tanto…

Alessandro acarició su cabello con ternura.

—Lo sé, mi amor. Pero no dejaré que esto te destruya.

Alicia sollozó con fuerza, hundiendo su rostro en el abrigo de su padre.

—Me engañaron… —susurró con un hilo de voz—. Marcus… Viviana…

El cuerpo de Alessandro se tensó.

Aaron dio un paso hacia adelante, con los ojos encendidos de furia.

—¿Qué dijiste?

Alicia cerró los ojos con fuerza, sintiendo una oleada de dolor atravesarla de nuevo.

—Me engañaron, Aaron…

Aaron sintió cómo la rabia lo consumía.

Alessandro cerró los ojos por un momento, conteniendo su propio enojo.

Pero cuando volvió a abrirlos, su mirada estaba llena de determinación.

Acarició las mejillas de Alicia con suavidad, obligándola a mirarlo.

—Escúchame bien, Alicia Michelle Morgan.

Su voz era grave, pero firme.

—Nadie, absolutamente nadie, tiene el poder de definir tu valor. No un hombre. No una traición.

Alicia sintió que las lágrimas volvían a llenar sus ojos.

—Pero, papá…

—No. —Alessandro negó con la cabeza—. No dejaré que creas ni por un segundo que eres menos por lo que te hicieron. Eres una Morgan. Eres mi hija. Y el mundo entero va a saberlo.

Alicia tembló, sintiendo el amor incondicional de su padre envolverla.

Pero en su corazón, las palabras de Viviana seguían resonando como un eco envenenado.

Como si hubieran dejado una grieta en su alma.

Aaron dio un paso al frente.

—Marcus Aponte y su familia acaban de firmar su sentencia de muerte.

Su voz era fría, carente de cualquier rastro de la calidez que solía tener con su hermana.

—Voy a destruirlos. Morgan Enterprises va a aplastarlos. Se quedarán sin nada.

Alicia lo miró con los ojos enrojecidos.

—Aaron…

Pero su hermano no la dejó terminar.

—No es negociable. —su tono era letal—. Esto no se queda así.

Alessandro asintió lentamente, sin soltar a su hija.

—Los Aponte cometieron un error que les costará todo.

Aaron sacó su teléfono y marcó un número sin apartar la mirada de Alicia.

—Empiecen a mover los hilos. Quiero que cada contrato, cada inversión y cada socio que tengan los Aponte caiga en desgracia. Que no quede nada de su imperio.

Alicia sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Aaron colgó y guardó el teléfono en su chaqueta.

—Esto apenas comienza.

DIAS DESPUÉS

El viento italiano soplaba con suavidad aquella mañana, llenando la Mansión Morgan con el aroma de los viñedos cercanos. La imponente residencia seguía en silencio, casi melancólica tras los días caóticos que habían sacudido a la familia.

Alicia Michelle se encontraba en el balcón de su habitación, no había vuelto a su departamento, había elegido pasar su duelo causado por el desamor en la Mansión Morgan, observando el horizonte con una taza de café entre sus manos. Sus ojos, que antes reflejaban alegría y confianza, ahora tenían un matiz sombrío, como si en su interior aún quedaran escombros del desastre emocional que había vivido.

Habían pasado 5 días desde la traición.

Cinco días desde que su mundo se vino abajo.

Pero ella había tomado una decisión.

Ya había llorado suficiente.

Ya había sentido el dolor atravesarla como mil dagas.

Era hora de seguir adelante, aunque no supiera cómo.

Sus hermanos ya volvieron cada uno en los respectivos paises en los que se encuentran, Inglaterra, España y Estados Unidos. Su cuñada Katerina se quedó el tiempo suficiente para ayudar a organizar los asuntos empresariales antes de partir junto a Aaron y su pequeño sobrino Alexander era de gran ayuda emocional para ella.

Alicia Michelle había dejado el control de las empresas en manos de su hermano mayor, aunque la Italiana no necesitaba de mucho por Aaron, pero su hermano de todos modos había dado un vistazo hasta que ella volviera y aun Alicia Michelle no estaba lista.

No podía hacerlo ahora.

No podía ponerse al mando cuando ni siquiera sabía quién era en este momento.

—¿Estás segura de esto?

La voz de su madre, Alicia Morgan, la sacó de sus pensamientos.

Alicia Michelle volteó y la vio de pie en la puerta de la habitación, con los ojos llenos de preocupación.

Era la única que aún no la había dejado sola.

Su madre había insistido en quedarse con ella, pero Alicia Michelle sabía que debía enfrentar esta etapa por sí misma.

—Sí, mamá. Necesito estar aquí. Necesito estar sola.

Su madre suspiró, acercándose para tomar su rostro entre sus manos con ternura.

—No quiero dejarte, mi amor. No después de todo lo que ha pasado, sabes perfectamente Alicia que puedes irte con nosotros a Estados Unidos.

Alicia Michelle esbozó una pequeña sonrisa, una que no alcanzó a iluminar sus ojos.

—Lo sé. Pero ir a Estados Unidos no arregla nada mamá.

Alicia Morgan apretó los labios con tristeza.

No quería dejarla.

Pero entendía.

Su hija estaba herida.

No físicamente, pero sí de una forma más profunda.

De una manera que solo el tiempo podía sanar.

—Si en algún momento necesitas algo, cualquier cosa… —susurró—, llámame. No importa la hora ni el lugar.

Alicia Michelle asintió.

—Lo haré, mamá.

Su madre la abrazó con fuerza, como si intentara transmitirle todo su amor en un solo gesto.

Cuando la soltó, sus ojos estaban cristalinos.

—Te amo, Alicia Michelle. No lo olvides nunca.

Alicia Michelle tragó el nudo en su garganta.

—Yo también te amo, mamá.

La vio marcharse con el corazón encogido.

Vio cómo su auto desaparecía por el camino de piedra hasta la carretera principal.

Y cuando se quedó completamente sola en aquella mansión inmensa, se dio cuenta de que, por primera vez en su vida, solo se tenía a sí misma.

Suspiró y cerró los ojos.

Había elegido estar sola.

Pero eso no significaba que la soledad no doliera.

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