El avión descendió en suelo italiano con una suavidad engañosa, como si el destino no quisiera revelar aún las tormentas que aguardaban en tierra firme. El cielo estaba cubierto de nubes grises, espesas, presagiando lo inevitable.

Alicia no había dicho una sola palabra durante el vuelo. Sus ojos se habían mantenido fijos en el horizonte, evitando cualquier cruce de miradas con Dante. Él tampoco lo había intentado. A esas alturas, conocía bien ese silencio tenso: era el susurro antes del grito.

Cuando descendieron, una fila de vehículos negros de lujo los esperaba al pie de la escalerilla. El chofer personal de Dante inclinó la cabeza al verlo, abriendo la puerta con eficiencia milimétrica. Alicia no esperó por él; subió al vehículo sin mirar atrás, sin esperar ningún gesto, ni una explicación.

Dante la siguió en silencio.

El trayecto fue largo, pareciera ser más largo de lo esperado. Alicia miraba por la ventanilla, reconociendo algunos paisajes pero sin encontrar consuelo en ninguno.