La tenue luz de la madrugada se colaba por las rendijas de la persiana, dibujando líneas plateadas sobre las sábanas revueltas. Alicia abrió los ojos lentamente, aún envuelta en la calidez del sueño, y lo primero que sintió fue el roce de una piel ajena contra la suya. Su cuerpo descansaba entre los brazos de Dante, su respiración tranquila acariciándole el cabello, su pecho firme actuando como almohada improvisada.

El aire tenía ese aroma inconfundible a deseo cumplido y madrugada silenciosa. La habitación estaba en calma, como si el mundo entero hubiera hecho una pausa solo para ellos. Alicia se movió apenas, lo suficiente para levantar el rostro y verlo dormir. Una sombra de sonrisa cruzó sus labios. Había vuelto a entregarse a él... y no sentía culpa alguna.

Su piel desnuda rozaba la suya con una naturalidad que asustaba. Nada ocultaba la intensidad de lo que había ocurrido entre ellos horas antes, ni el calor que aún persistía en sus cuerpos. Cada caricia, cada suspiro, cada gemi