La noche había llegado con el brillo de la ciudad de Milán extendiéndose como un manto dorado bajo el cielo oscuro. Las luces del Gran Salón del Palazzo Moretti resplandecían, reflejándose en las copas de cristal y en los trajes de gala de los invitados. Todo estaba dispuesto para el anuncio más esperado del año. La prensa, los magnates de la moda, la nobleza europea, estrellas de cine y ejecutivos internacionales ocupaban sus lugares, expectantes.
Dante Moretti se presentó en el centro del salón con su habitual porte impecable: traje negro hecho a la medida, corbata de seda granate, y una expresión fría y controlada que imponía respeto. A su lado, caminando con gracia y seguridad, Alicia Morgan robaba el aliento de todos.
Llevaba un vestido rojo intenso que abrazaba su silueta como si hubiera sido tejido con la misma pasión que emanaban sus ojos marrones. Su piel dorada relucía bajo la luz de los candelabros, y en su mano izquierda brillaba el anillo más hermoso que Italia hubiese vi