La noche había llegado a Milán envuelta en un velo dorado de luces y promesas. El cielo estaba despejado, y la ciudad vibraba con esa energía única que solo aparece cuando algo importante está por suceder. En un exclusivo bar de diseño escondido entre las calles más lujosas del distrito de Brera, las risas ya se escuchaban antes de entrar. Era el lugar perfecto: privado, elegante y con una decoración que combinaba lo moderno con lo bohemio.
Alicia Morgan llegó acompañada por sus hermanas —Sofía y Alexandra— y por su cuñada Katherine, quien se había sumado al equipo festivo sin titubear. Vestían todas de negro, menos Alicia, quien lucía un vestido blanco corto, ceñido a la figura, con un escote discreto y elegante. Era imposible no mirarla, y lo sabía. Pero lo más encantador era cómo lo llevaba: con seguridad, pero sin arrogancia. Como una verdadera Morgan.
—¡Salud por la futura señora Moretti! —gritó Sofía, alzando la primera copa de espumante.
Las demás la imitaron entre risas y brin