El sol de Milán se alzó con una luz dorada que parecía anunciar que aquel no era un día cualquiera. Era el día en que los apellidos Moretti & Morgan se unirían oficialmente, bajo los reflectores de toda una ciudad que contenía la respiración, expectante.
La mañana de la boda se deslizaba con prisa entre el bullicio del personal, los últimos retoques florales, los mensajes apresurados de los organizadores y los suspiros nerviosos que flotaban en el aire. Pero en medio del caos organizado que rodeaba a los Moretti y a los Morgan, Dante se mantenía en su habitual calma de hielo, vestido ya con su impecable traje, mientras observaba por la ventana del salón privado que le habían asignado en la catedral.
Fue entonces cuando escuchó un golpe suave en la puerta.
—Adelante —dijo sin apartar la vista del jardín exterior.
La puerta se abrió con delicadeza. Montserrat apareció, vestida con un conjunto sobrio de tonos beige y negro. Nada escandaloso. Nada que llamara la atención. Como si hubiese