Las ruedas del jet privado tocaron tierra italiana con una suavidad elegante, pero el corazón de Dante Moretti era todo lo contrario: turbulento, furioso, ardiendo como un volcán que había contenido su lava por demasiado tiempo. El cielo sobre Milán era gris, como si presintiera la tormenta que estaba a punto de desatarse.
Dante descendió del avión con el rostro endurecido. Matteo lo seguía en silencio, sin hacer preguntas. No se necesitaban palabras para leer la furia de su jefe. La tensión en los hombros de Dante, su paso firme, el crujir de su mandíbula: todo lo delataba, en su mente lo que Montserrat hizo era asqueroso.
— ¿Montserrat? — Pregunta Mateo con cuidado.
—Localízala —ordenó sin mirarlo—. Dile que tengo una cuenta pendiente con ella… y que no voy a tocar la puerta esta vez. Tráela de donde sea incluso si es que sigue en el hospital, la vas a traer y si es necesario a punta de pistola.
— Por supuesto Señor — Fue la respuesta dada por Matteo, posteriormente Dante se sube a