Eva
Me ardía el pecho.
No sabía si era por la forma en que Damián me había mirado minutos atrás —como si acabara de ver a un fantasma o, peor, a un demonio disfrazado de mujer— o por la forma en que su voz había vibrado en mi oído cuando pronunció esa frase cargada de algo que no podía definir.
"No era un contrato. Era un llamado."
¿Un llamado?
Había jurado que él era el dueño del juego, el titiritero que manejaba los hilos con su eterno gesto de superioridad y esos ojos que parecían medirlo todo sin involucrarse en nada. Pero esta noche… esta noche, por primera vez, lo vi dudar.
Y si Damián Blackthorne dudaba, entonces todo lo que creía saber era una mentira.
Me colé detrás de él en su biblioteca. Ya no me importaban las reglas. Las puertas cerradas. Su mirada de advertencia. Estaba cansada de no entender. De sentir que mi vida estaba marcada por decisiones que no tomé.
—Quiero ver el contrato original —espeté.
Él se tensó.
Estaba de espaldas, con las manos apoyadas en la vieja mesa