Damián
La lluvia caía como un murmullo constante sobre los ventanales de la biblioteca, cubriendo con su letanía de gotas cada rincón del silencio que me envolvía. Mis pasos, descalzos y pausados, apenas hacían ruido sobre el suelo de mármol negro. Tenía el torso desnudo y el pantalón del traje aún puesto, aunque arrugado y abierto en la cintura. No era la primera noche en que el insomnio me empujaba hasta aquí… pero sí era la primera vez que lo hacía sintiendo el ardor de una obsesión latiéndome bajo la piel.
Eva.
Maldita sea.
Desde que llegó, todo se había salido de su eje. Las reglas no eran reglas cuando se trataba de ella. Las órdenes no eran órdenes. Y el deseo… el deseo era una amenaza con forma de mujer, una con labios de pecado y ojos que parecían llamas encendidas al borde de la rebelión.
—Necesito entender —murmuré, más para mí que para el eco de los siglos que dormía en esos estantes—. Necesito saber qué diablos eres.
Mis dedos recorrieron el lomo de los libros como quien