Damian
La sangre negra manaba de mi costado como petróleo de una tierra maldita. Cada paso que daba por el pasillo de mi mansión dejaba un rastro oscuro sobre el mármol blanco. Irónico. Durante siglos había sido yo quien extraía la sangre de otros, quien se alimentaba del dolor ajeno. Ahora era mi esencia la que se derramaba, debilitándome con cada gota perdida.
El Consejo no había tomado bien mi desafío. Cinco demonios antiguos, cinco pares de ojos que me observaron con desprecio cuando declaré que Eva ya no estaba en negociación. Que ella era mía y que ningún pacto, ninguna tradición, ninguna amenaza me haría cambiar de opinión.
—Has perdido la razón, Damián —había dicho Asmodeo, el más antiguo de todos nosotros—. ¿Por una humana? ¿Por un alma que ni siquiera has reclamado todavía?
—No es asunto tuyo —respondí, manteniendo mi postura erguida a pesar del dolor que comenzaba a crecer en mi interior.
—Lo es cuando rompes el equilibrio —intervino Lilith, sus ojos carmesí brillando con m