Eva
El silencio de la mansión me inquietaba. Había algo diferente en el aire, una densidad que hacía que cada respiración fuera más pesada que la anterior. Damián había salido hace horas, dejándome con la promesa de regresar antes del anochecer. Pero el sol ya se había ocultado, y las sombras se alargaban como dedos oscuros sobre las paredes.
Me acerqué a la ventana, observando cómo la luna se elevaba, pálida y fría, sobre los jardines. Los árboles se mecían con una brisa que no podía sentir desde el interior. Algo no estaba bien.
Fue entonces cuando lo percibí: un aroma dulzón, como flores marchitas y miel fermentada. Un olor que no pertenecía a esta casa.
—Siempre me ha fascinado cómo los humanos pueden sentir el peligro antes de verlo —dijo una voz a mis espaldas, melodiosa y cortante como cristal roto.
Me giré bruscamente. Allí estaba ella, reclinada contra el marco de la puerta como si la mansión le perteneciera. Lilith. Su cabello negro caía en ondas perfectas sobre sus hombros,