Eva
La oscuridad me rodeaba como un manto pesado, pero ya no me asustaba como antes. Había algo diferente en mí, algo que había cambiado desde que la marca de Damián se había asentado en mi piel. Podía sentirla palpitar en mi muñeca, como un segundo pulso que latía al compás de un corazón que no era el mío.
Me encontraba sola en la habitación que Damián me había asignado en su mansión. Las cortinas ondeaban suavemente con la brisa nocturna, y la luna proyectaba sombras inquietantes sobre las paredes. Observé mi reflejo en el espejo antiguo que dominaba una esquina. Mis ojos parecían diferentes, con un brillo que no reconocía como propio.
—¿Qué me está pasando? —susurré, tocando la marca en mi muñeca.
Como respuesta, sentí un calor que ascendía por mi brazo, una sensación que ya no era dolorosa sino reconfortante, casi íntima. La conexión con Damián se había vuelto más fuerte desde nuestro último encuentro, cuando me había protegido de aquel demonio menor que intentó atacarme.
Cerré lo