Eva
El silencio de la habitación era tan denso que podía cortarse. Permanecí inmóvil frente a la ventana, observando cómo la lluvia golpeaba el cristal con furia, similar a la tormenta que se desataba en mi interior. Sentí su presencia antes de escucharlo; ese escalofrío inconfundible que recorría mi columna cada vez que Damián entraba en la misma habitación que yo.
—¿Hasta cuándo seguiremos con este juego, Eva? —su voz, profunda y aterciopelada, rompió el silencio.
No me giré. No quería que viera el efecto que causaba en mí.
—No sé de qué hablas —respondí, intentando que mi voz sonara firme, aunque mis manos temblaban ligeramente.
Escuché sus pasos acercándose, lentos, deliberados, como un depredador que sabe que su presa no tiene escapatoria. El aire se volvió más denso, cargado de una electricidad que hacía que cada vello de mi cuerpo se erizara.
—Sabes perfectamente de qué hablo —murmuró, ahora tan cerca que podía sentir su aliento en mi nuca—. Esta danza que llevamos semanas ejec