Damian
La noche se extendía como un manto de tinta sobre la ciudad mientras observaba a Eva dormir. Su respiración, acompasada y tranquila, contrastaba con la tormenta que se desataba en mi interior. Había vivido siglos, había presenciado el nacimiento y la caída de imperios, había visto a los hombres construir y destruir con la misma facilidad con que respiraban. Y sin embargo, nunca había sentido esta inquietud que ahora me consumía.
Me acerqué a la ventana. La luna, pálida y distante, parecía burlarse de mi situación. Un demonio atrapado en sus propias redes. Irónico.
—¿En qué te has convertido, Damián? —murmuré para mí mismo, observando mi reflejo en el cristal.
Ya no reconocía al ser que me devolvía la mirada. Mis ojos, habitualmente fríos y calculadores, ahora albergaban algo que jamás pensé posible: duda. Incertidumbre. Y algo más peligroso aún: preocupación genuina por un ser humano.
El susurro de las sábanas me alertó. Eva se había movido en sueños, su ceño fruncido como si i