Eva
La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de seda, dibujando patrones dorados sobre las sábanas revueltas. Me incorporé lentamente, sintiendo cada músculo de mi cuerpo protestar. No era un dolor desagradable, sino el recordatorio físico de todo lo que había ocurrido la noche anterior.
Damián dormía a mi lado, o al menos fingía hacerlo. Nunca estaba segura de si los demonios realmente necesitaban descansar o simplemente disfrutaban de la quietud momentánea. Su rostro, usualmente marcado por esa sonrisa sardónica, parecía casi pacífico. Casi humano.
Recorrí con la mirada las líneas de su mandíbula, la curva de sus labios, las pestañas oscuras que ocultaban esos ojos que podían pasar del ámbar al negro absoluto en cuestión de segundos. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿En qué momento dejé de temerle para comenzar a...?
No. No podía permitirme completar ese pensamiento.
—Tus pensamientos son tan ruidosos que podrían despertar a los muertos —murmuró sin abrir los ojos.
—Creí qu