Damian
Existen abismos que no se miden en metros sino en siglos. Yo había vivido en uno durante tanto tiempo que ya no recordaba cómo era respirar sin que el pecho doliera. Hasta que ella llegó.
La observé mientras dormía, su respiración acompasada contrastando con la tormenta que se desataba fuera de la mansión. El cabello de Eva se esparcía sobre la almohada como tinta derramada, y sus labios entreabiertos me tentaban a cometer otra locura más. Una de tantas desde que la conocí.
Había pasado la noche velando su sueño, incapaz de cerrar los ojos. No después de lo que había sentido. No después de comprender que estaba perdiendo el control de todo lo que había planeado durante siglos.
—Estás mirándome otra vez —murmuró ella sin abrir los ojos, con una sonrisa dibujándose lentamente en su rostro.
—Es difícil no hacerlo —respondí, permitiéndome el lujo de la honestidad—. Eres como un eclipse; sabes que no deberías mirar directamente, pero es imposible resistirse.
Eva abrió los ojos y me