39. La Reina y Sus Piezas
Shaya sostuvo su mirada, sin pestañear. Había lujuria, sí, pero también reproche, heridas que nunca habían cerrado.
—Ese vínculo lo destruiste tú, Santiago. Cada mentira, cada traición, cada amante. ¿O ya olvidaste a Claudia?
El nombre cayó como una daga. Santiago se tensó, pero no retrocedió. Al contrario, inclinó su rostro hacia el de ella, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento.
—Claudia nunca significó nada. Era un juego. Tú… —su voz bajó, áspera —tú fuiste mi condena.
Shaya reprimió un estremecimiento. No podía mostrarse débil. No podía dejar que su cuerpo la delatara.
—Tu condena, dices… —sus labios se curvaron en una sonrisa gélida —Y, sin embargo, intentaste destruirme como si fuera tu peor enemiga.
Santiago la miró con intensidad abrasadora.
—Porque solo tú podías herirme. Solo tú podías hacerme perder el control. Y lo odio tanto como lo deseo.
Shaya apartó la mirada un segundo, buscando aire, pero él aprovechó para rodear el escritorio. Su figura se movía