38. Seducción y Peligro
—Gracias, señor Allen —respondió con serenidad, aunque por dentro sentía el fuego arder.
Se permitió mirar a cada uno de los presentes. No con prisa, sino con la calma de quien sabe que está siendo medida, evaluada, juzgada. Sus ojos delinearon rostros, viejos aliados de Santiago, oportunistas, escépticos, algunos con sonrisas cínicas que parecían desafiarla. Pero ninguno logró intimidarla.
Santiago Pavón la observaba desde su asiento. Su mirada era la misma de siempre, un cóctel de posesión y peligro. Había en sus ojos un brillo oscuro, como el filo de un cuchillo. Esa intensidad que años atrás la había desarmado, ahora se transformaba en un recordatorio del abismo que representaba. Intensidad peligrosa, pensó Shaya. Él nunca jugaba a medias. Cada movimiento suyo estaba impregnado de la amenaza de aplastar, devorar, destruir.
Christian, sentado un poco más atrás, la miraba con un descaro que casi resultaba provocador. Sus labios se curvaron en una sonrisa cómplice, como si aquella