24. Rastros de Traición
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Santiago se encontraba en la sala de su casa. El contraste con la vida de Shaya era brutal. En lugar de alianzas y estrategias, él intentaba lidiar con la presencia de su pequeño hijo, que jugaba en silencio con unos bloques de madera.
El niño lo miraba con admiración inocente, pero Santiago no lograba sostener esa mirada demasiado tiempo. Había un muro invisible entre ellos, un muro levantado por la distancia emocional, por el fracaso de su matrimonio, por los fantasmas que no sabía cómo enterrar.
Claudia, en cambio, no hacía el menor esfuerzo. Sentada en el sofá, revisaba su teléfono con expresión aburrida, sin siquiera mirar al niño. Sus labios pintados dejaban escapar un suspiro cada tanto, como si la presencia del pequeño fuera una molestia más que una responsabilidad.
—¿Vas a jugar con él? —preguntó Santiago, molesto por su indiferencia.
—Tengo cosas más importantes que hacer —respondió Claudia sin levantar la vista.
El niño, ajen