12. El amanecer de la vergüenza
La mañana amaneció gris, como si el cielo se hubiera vestido de un velo pesado para encubrir los secretos de la noche anterior. Shaya se removió inquieta entre las sábanas, y al abrir los ojos, lo primero que sintió fue el roce inconfundible de la seda acariciando su piel desnuda. Se incorporó de golpe, como si esa textura lujosa la quemara. El corazón le latía tan fuerte que por un instante creyó que todo el hotel podía escucharlo.
La habitación era amplia, bañada por una luz tenue que se filtraba a través de las cortinas corridas a medias. El silencio era profundo, interrumpido apenas por el lejano murmullo de la ciudad despertando. Shaya se llevó la mano al rostro, intentando ordenar sus pensamientos, pero la avalancha de recuerdos la golpeó con brutalidad, el beso, las caricias, la intensidad del cuerpo de Allen reclamando el suyo, el huracán que había arrasado con sus defensas hasta dejarla vulnerable, desnuda en todos los sentidos.
—No… —murmuró en voz baja, incrédula.
El pánico