13. ¿Invitada o prisionera?

El humo se elevaba en espirales grises, fundiéndose con la tenue luz que entraba por la ventana. Eryx Allen disfrutaba de su cigarrillo con la misma calma con que otros degustaban un vino añejo. Había algo hipnótico en la manera en que sus dedos sostenían el tubo encendido, firme y sin temblor, como si cada calada fuera un ritual calculado.

De pie frente al ventanal de la suite, observaba la ciudad que se desplegaba a sus pies. Los autos parecían juguetes desde esa altura; la gente, apenas sombras en movimiento. Para él, la vida siempre había sido así un tablero en el que pocos jugaban de verdad y muchos solo obedecían.

Exhaló el humo con un gesto casi indolente antes de sacar el móvil de su bolsillo. Marcó un número con la misma naturalidad con que firmaba contratos millonarios.

—Lleva a la señora Shaya a la residencia —ordenó con voz grave y tranquila, sin dar lugar a réplica.

Del otro lado, su chófer respondió enseguida.

—Sí, señor Allen.

Eryx dejó que una breve pausa se alar
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