La mansión en Coral Gables amanecía como una fortaleza silenciosa. El aire tenía un leve aroma a sal y gardenias, mezclado con el perfume tenue de cera antigua.
El mármol bajo los pies de Alma estaba helado como la losa de una tumba, y el sabor metálico de la ansiedad parecía impregnar el ambiente, invisible pero presente como un presagio.
Las sombras de la mañana se deslizaban por los corredores amplios, iba descalza, luego de llegar de esos tres días escondida junto a Valentín, ahora en casa, envuelta en una bata de seda negra que rozaba sus tobillos con elegancia, pero sin calidez. Tenía los ojos hinchados y el cabello suelto, enmarañado por noches sin sueño y de zozobra.
La cafetera soltaba vapor como un suspiro cansado.
Preparó una taza, pero no bebió de inmediato, caminó hacia la sala de estar y encendió el televisor sin esperar nada, solo para llenar el vacío.
Entonces, la voz del reportero irrumpió en la quietud con la fuerza de un trueno, desgarrando el silencio como una sire