La visita se hizo en una sala que olía a cloro y acero. Cipriano se sentó frente al vidrio sin tocarlo, cruzó las manos y sonrió como un primo que viene del mismo pueblo.
—Luca —dijo, como si masticara el nombre con pan—. ¿Te acuerdas del horno de la Nonna?
—¿El que no apagaba nadie? —Luca mostró los dientes, faltaban dos—. Si lo apagas, el pan se muere.
—El pan de hoy lo cuece otro —continuó Cipriano—. Pero hay sal que quema la lengua. Y hay cuchillos que no hacen ruido.
Los ojos de Luca se achicaron lo justo.
Entendió.
Códigos de una infancia compartida, de una vida de criminalidad en la vieja escuela, la Cosa Nostra…
—La Nonna guardaba las sábanas en un cajón alto —dijo Luca—. Decía que eran para emergencias.
—La emergencia es hoy —cerró Cipriano—. Y la iglesia abre temprano.
La guardia cambió afuera.
Un oficial tosió.
Luca apoyó el mentón en el puño, bostezó como quien habla del clima y dejó caer el último dato.
—Los guardias duermen cuando la luz da dos veces y la cámara del pasi