La mañana en que todo cambió no fue distinta a cualquier otra. El café tenía el mismo aroma denso que siempre llenaba la cocina. Santiago hojeaba el periódico sin demasiada atención, y nuestro hijo, en su silla alta, intentaba con torpeza llevarse una cucharada de puré a la boca… con más éxito en sus mejillas que en sus labios.
Pero fue el tono del timbre, seco y puntual, lo que alteró algo en el aire. Sentí una corriente eléctrica recorrerme la columna cuando vi el sobre con el sello del Ministerio de Justicia.
No lo toqué de inmediato.
Santiago me observó desde la puerta de la cocina, su mirada anclada en la mía. Supo al instante que no era una carta cualquiera. Sabía,