El eco de sus pasos reverberaba en los pasillos de concreto, duros, fríos, como si las paredes mismas supieran que aquella noche no terminaría sin sangre. Leo corría, su respiración agitada y desordenada golpeándole los pulmones como si intentara recordarle que seguía vivo, que aún tenía una elección que hacer. El arma pesaba en su mano como una promesa oscura, como el legado del cual tanto había huido pero que parecía abrazarlo ahora con brazos invisibles.
Delante de él, Julián Del Valle cojeaba, sus pasos erráticos dejando un rastro de sangre que marcaba su camino como migas macabras. Leo lo vio tambalearse, apoyarse contra una pared para seguir avanzando, cada movimiento cargado de odio, de desesperación, de la certeza amarga de un hombre que sabe que ha perdido.