La noche estaba cargada de un peso insoportable, como si el cielo mismo contuviera la respiración, expectante. En el interior del almacén abandonado en las afueras de la ciudad, la humedad impregnaba el aire, haciendo que cada respiración pareciera un esfuerzo. El lugar era un cementerio de viejas maquinarias oxidadas y cajas podridas, un escenario perfecto para la guerra que estaba a punto de estallar.
Santiago ajustó la chaqueta de cuero sobre sus hombros, su mirada fría, calculadora. A su lado, Sofía se mantenía firme, el rostro sereno a pesar del torbellino que debía estar sintiendo por dentro. Años atrás, jamás habría imaginado que estarían de pie en un campo de batalla como este, jugándose no solo su futuro, sino también el alma de su hijo.