La tarde había comenzado como cualquier otra desde que habíamos comenzado a preparar la casa para el bebé: cálida, suave, llena de planes pequeños y conversaciones tranquilas. Santiago estaba en el estudio revisando algunos documentos, mientras yo organizaba un nuevo cajón en el armario que ahora sería para cosas de maternidad —libros, cremas, pequeños regalos que ya empezaban a llegar.
El sol entraba por la ventana, bañando la habitación con una luz dorada que me hacía sentir en paz. El tipo de paz que había perseguido toda mi vida sin saber siquiera que existía.
Y entonces sonó el teléfono.
Era el número de la oficina del abogado de mi padre. Reconocí el có