El aire olía a cenizas y pólvora.
Las llamas aún devoraban lo que quedaba de la fortaleza de Guillermo, lanzando columnas de humo negro al cielo.
Cada explosión había dejado grietas en la tierra, escombros desperdigados, cuerpos inertes esparcidos entre las ruinas.
Pero estábamos vivos.
Sofía estaba viva.
Y eso era lo único que importaba.
Las sirenas perforaron la quietud de la madrugada, acercándose con rapidez.
Luces rojas y azules parpadeaban en la distancia mientras las unidades policiales y los vehículos negros del FBI se deten&iacut