La puerta se cerró con un golpe seco.
El eco retumbó en la habitación como un martillazo final.
Y con ese sonido, supe que Santiago ya no estaba ahí.
Se lo habían llevado.
Lo habían sacado a la fuerza, arrastrándolo lejos de mí, lejos de este infierno en el que acababa de encerrarme voluntariamente.
Mi corazón martillaba con fuerza contra mi pecho, pero no permití que el miedo se filtrara en mi expresión.
No podía darles eso.
Guillermo me observaba desde el otro lado de la habitación, con una sonrisa satisfecha dibujada en sus labios.