La noche había caído sobre la ciudad como una promesa rota. El cielo estaba cubierto de nubes pesadas, ocultando las estrellas, y la humedad en el aire hacía que todo se sintiera más opresivo, más asfixiante. Leo caminaba junto a Gabriel, sus pasos resonando en los callejones vacíos, cada latido de su corazón golpeándole el pecho como un tambor de guerra.
No podía dejar de mirar a su alrededor. Cada sombra parecía más oscura de lo normal. Cada sonido, más amenazante. Su mundo, el que hasta hace poco estaba lleno de exámenes, partidos de fútbol y sueños universitarios, se estaba desmoronando bajo sus pies.
—No puedes confiar en nadie —murmuró Gabriel mientras avanzaban, sin molestarse en mirar atrás—. Ni