La mañana se filtraba a través de las cortinas de la sala como una mancha de luz pálida, iluminando el caos invisible que latía bajo las paredes de su hogar. El silencio era apenas soportable, una antesala de una tormenta que Sofía ya no estaba dispuesta a evitar.
Con el corazón martillándole en las costillas, cruzó el salón principal mientras sus tacones resonaban como disparos en el piso de madera. Cada paso la acercaba más a algo que había evitado durante años: su propio pasado. Pero esta vez no iba a ceder. No iba a ser la Sofía quebrada que su hermano recordaba.
Esta vez, ella era una madre.
Y no permitiría que Julián Del Valle destruyera lo que había construido.