La tarde caía sobre la ciudad como una manta dorada, tiñendo los edificios de tonos cálidos y nostálgicos. Leo caminaba junto a Camila por la avenida principal, sus mochilas colgando de los hombros, riendo por algo que ella había dicho sobre un profesor particularmente insoportable. En ese momento, la vida parecía normal. Cotidiana. Casi inocente.
Pero la normalidad puede ser una ilusión peligrosa.
Leo lo sintió primero: ese hormigueo en la nuca, esa incomodidad inexplicable que lo hizo volverse, disimuladamente, una y otra vez. A unos metros detrás de ellos, un auto negro de vidrios polarizados avanzaba a su ritmo, demasiado despacio para pasar desapercibido, demasiado presente para ser casual.
—¿Te das cuenta