Años después
La lluvia golpeaba con suavidad los cristales de la ventana, un murmullo constante que envolvía la habitación de Leo en un velo de calma engañosa. Estaba sentado en su escritorio, rodeado de libros abiertos, pero su mente no estaba ahí. Los apuntes de historia se desdibujaban frente a sus ojos, las palabras se convertían en manchas negras sin sentido sobre la página.
Tenía quince años. Era inteligente, curioso, de respuestas afiladas y silencios elocuentes. Pero esa noche, mientras el mundo dormía allá afuera, Leo sentía algo que no podía nombrar. Una inquietud que lo acompañaba desde hacía tiempo, una especie de rumor bajo la piel. Como si hubiera algo que todos sabían, menos él.