85. Dejarla ser feliz
Los días siguientes fueron como empezar desde cero, y aunque Ana Paula de a poco fue más receptiva a la presencia de Santos, todavía se sentía extraña.
Una tarde, cuando el especialista se fue, él entró a su habitación.
— ¿Cómo te has sentido estos días? — le preguntó.
Ella acababa de dormir al pequeño César, así que lo recostó en su cuna y después lo miró.
— Bien, aunque… — se mordió el interior de la mejilla y jugó con sus dedos.
Él se acercó.
— ¿Aunque, qué?
— Bueno, lo que pasa es que… no recuerdo mucho de las últimas semanas.
— Es normal, no te presiones.
— Lo sé, es solo que me gustaría recordar. Tú… eres bueno otra vez conmigo y no entiendo por qué — suspiró —. La última vez…
— Esa última vez que recuerdas fui un hombre del que me he arrepentido cada segundo desde entonces — expresó sincero y se acercó un poco más. Ella se tensó, así que él paró —. An, prometí que sería paciente, pero esto está enloqueciéndome. En la isla tú y yo…
— ¿Por qué estábamos en ese lugar? —