Salió del edificio de la firma de diseño con los planos enrollados bajo el brazo.
El día había sido productivo: un cliente nuevo, un proyecto en Mayfair que le permitiría firmar con su nombre en las revistas.
Su vida era tranquila, de nuevo. O eso creía hasta que lo vio de pie frente a su auto.
¿Qué hacía allí?
¿Cómo sabía dónde trabajaba?
Maldijo en su mente y pensó en regresar a la seguridad del edificio. Sin embargo, tenía pendientes, tenía cosas que hacer. No dejaría que la retrasara.
Así que hizo lo que tenía que hacer: simular que no estaba. Aunque claro, su presencia se hacía notar. Estaba justamente obstaculizando la puerta de su auto.
—¿Puedes quitarte? —gruñó sin paciencia, molesta de solo tener que verlo.
—Se dice: "buenas tardes, ¿cómo estás?" —respondió como si nada, con las manos en los bolsillos y todo ese aire de suficiencia que nunca lo abandonaba.
—Se dice: "¡Vete al diablo, imbécil!" —escupió desde lo más profundo de su alma.
Su insulto, como cualquier otro que le